El 27 de agosto de 1920, desde la terraza del Teatro Coliseo en Buenos Aires, Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica realizaron la primera transmisión radial del país con la ópera Parsifal de Richard Wagner. Ese experimento técnico y cultural marcó el inicio oficial de la radiofonía argentina, dando nacimiento a un medio que se transformaría en parte esencial de nuestra identidad y de nuestra vida cotidiana.
Desde entonces, la radio en Argentina fue un poco de todo: compañía de madrugada, la voz de la cancha cuando la TV todavía era un lujo, la alerta cuando pasaba algo más que grave, el lugar donde descubriste bandas que después se hicieron himno. Y sí, también fue nuestro despertador cuando la abuela escuchaba a todo volumen el noticiero o nuestras madres escuchando la novela radial mientras hacía un guiso.
En tiempos de Spotify, TikTok y podcasts algunos se animaron a decretar la muerte de la radio. Error. La radio nunca muere. Porque no es solo un dispositivo: es la intimidad de alguien que te habla al oído mientras estás solo en la ruta, es el programa de trasnoche que te hizo sentir acompañado en una mala, es la pasión que enciende un gol relatado como si fuera la final del mundo.
Así que hoy, Día de la Radio, levantamos la oreja y decimos: gracias por existir. Porque mientras haya alguien con algo para decir y otro con ganas de escuchar, la radio va a seguir latiendo. Y en Argentina, la radio no solo late: transmite con el corazón en la garganta.