Por Guillermo Brandan

En un mundo donde la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados y pone en jaque a profesiones que antes parecían intocables, surge una pregunta inevitable: ¿hay trabajos que jamás podrá reemplazar una máquina?
Según un reciente informe de Infobae, la respuesta de la propia IA es contundente: la única profesión que nunca desaparecerá es la del terapeuta humano.
Sí, aunque los algoritmos puedan escribir novelas, diagnosticar enfermedades o hasta componer canciones, la inteligencia artificial reconoce sus propios límites cuando se trata de algo profundamente humano: la empatía, la contención emocional y la conexión interpersonal. La IA puede simular, pero no sentir. Puede ofrecer respuestas, pero no abrazos. Y en tiempos de ansiedad colectiva, esa diferencia no es menor.
“No importa cuán avanzada sea la tecnología, los seres humanos seguirán necesitando hablar con otros seres humanos para procesar sus emociones”, argumentan los desarrolladores detrás de los sistemas más sofisticados del mercado.
Esto plantea una paradoja interesante: la IA puede ser una gran aliada en los procesos terapéuticos (como soporte, agenda, registros, incluso sugerencias de intervención), pero jamás podrá ocupar el rol central del vínculo entre terapeuta y paciente.
En Salta, como en el resto del mundo, esta reflexión también toca una fibra sensible. ¿Qué espacios estamos generando para cuidar la salud mental? ¿Qué lugar le damos a la escucha en una era de respuestas automatizadas?
Mientras todo cambia, la necesidad de ser escuchados sigue firme. Y esa, parece, es una tarea que seguirá siendo humana.